Recuerdo bien la charla que mantuve durante un par de
minutos con Santiago Abascal en el Hotel Zentrum de Zaragoza, tras despedirme
de Alejo Vidal-Quadras.
Mi entrevista con Alejo había sido más larga de lo que yo
pudiera haber pensado con anterioridad, siendo consciente de que tanto él como
su equipo disponían muy poco tiempo, en medio de la campaña de presentación de
Vox como un nuevo partido con ambiciones nacionales que luchaba por obtener
representación en el parlamento europeo. Una entrevista que supuso el comienzo
de un compromiso personal por mi parte, para trabajar en apoyo de una
iniciativa, la de Vox, que constaba de un equipo y un programa de principios
liberales que bien hubiera podido constituir una esperanza cierta para muchos
españoles. Y aunque él defiende algunas ideas más próximas al liberalismo
afrancesado y yo me considero mucho más liberal clásico, de orígenes
ideológicos anglosajones, ambos comprendimos que defendíamos muchos principios
e ideas comunes, que se plasmaban en un programa que defendía la limitación y
racionalización del estado, la defensa de la educación y sanidad públicas sin
detrimento de las privadas, la defensa de la unidad nacional frente a separatismos
xenófobos y parasitarios, el control férreo contra la corrupción y adopción de
medidas para favorecer iniciativas privadas para incentivar la economía.
Como decía, tras despedirme de Alejo y alguno de sus
colaboradores, me acerqué a Santiago. Charlamos por un breve momento. Uno de
mis comentarios fue claro y directo: en mi experiencia, yo estaba muy
convencido de que en España había muchos menos liberales de lo que pudiera
parecer, aún pareciendo que no hay demasiados. Y que un buen número de esos que
se creen liberales acaban por mostrarse como ultraderechistas cuando llega la
ocasión para demostrar respeto a la libertad de quienes puedan ser antagónicos
en su modo de pensar y comportarse. Me miró como si tuviese delante un insecto
raro o una mala pintura abstracta.
Nos despedimos entonces, para no volver a coincidir más.
El trabajo para dar a conocer esta iniciativa fue arduo
hasta el fin de la misma jornada electoral. Vox tenía todo en contra, puesto
que los medios de comunicación boicotearon al 100% la presencia de esta nueva
formación política en telediarios, radios, y medios escritos. A decir verdad,
únicamente Intereconomía, esRadio y Libertad Digital ofrecieron la misma
cobertura a los políticos de Vox que a los de otros partidos. Incluso, como
debe ser, UPyD y Ciudadanos contaron también con numerosos espacios de debate y
tertulias en dichos medios. Pero fuera de este reducido grupo de medios, la
presencia de los dos anteriores partidos fue mínima, y la de Vox, inexistente.
Pero, si el primer problema grave de Vox fue esa censura
en los medios; censura más brutal aún si la comparamos con el apoyo descarado e
interesado que los mismos medios ofrecieron a otros partidos y sus líderes, el
segundo problema, larvado ya antes de la jornada electoral europea, apareció al
día siguiente de dichas elecciones.
Creo que para muchos liberales, entre los que me incluyo,
la gran decepción no fue que Vox no consiguiera un diputado europeo, cuya
presencia en el parlamento de Bruselas hubiera podido suponer un pequeño inicio
de una brecha en el muro de contención que Rajoy y los demás socialdemócratas de su equipo de gobierno
habían creado para excluir a los escasos liberales que pudieran quedar en el PP
y aislarse de los votantes populares defraudados por las políticas
“marianistas”. Apenas faltaron 2.600 votos para conseguirlo.
La gran decepción para nosotros, los liberales de
diversas corrientes que habíamos dedicado nuestros esfuerzos a este proyecto,
llegó al comprender que, valiéndose de este fracaso electoral, el grupo más
conservador del partido maniobraba para tomar el control de la formación y
preparar, junto a numerosos paracaidistas del partido de Mario Conde, un
congreso de aclamación de Santiago Abascal como líder de Vox; lo que supondría
la radicalización de los principios fundamentales del proyecto.
Durante los meses que transcurrieron hasta este mes de septiembre,
mes en el que se votaría a los candidatos para presidir el partido, sucedieron
muchas cosas cuyos resultados apuntaban en la misma dirección: el asalto a la
presidencia mediante métodos que poco o nada tenían que ver con la libertad de
voto y el espíritu democrático del nacimiento de este proyecto.
Bien pronto la facción más derechista del partido condenó
a Vidal-Quadras, a Gonzalez Quirós y otros muy válidos elementos que habían
trabajado para garantizar que el liberalismo, en sus diferentes formas, desde
liberales austríacos hasta liberales clásicos, tuviéramos mucho que aportar y
mucho en lo que trabajar por la defensa de la nación, de la libertad y de la
legalidad en España.
Un mes después de las elecciones europeas, la fuga de
militantes y simpatizantes de Vox era un goteo constante, anunciado a diario en
los grupos sociales que servían de medio de comunicación y debate. Algunos
aguantaron hasta el día de septiembre en el que se celebraba la votación cuyo
resultado haría oficial el liderazgo de un Santiago Abascal cuyos partidarios
habían negado, durante los meses anteriores, los listados de militantes y otra
diversa información que otros candidatos hubieran necesitado para hacer
campaña. Así que la maniobra pro Abascal fue un éxito, y los defensores de un
proyecto liberal que aún quedaban se retiraron definitivamente, en su mayoría,
para no participar en un “partido renovador” que, ya desde sus inicios, mostraba
un cierto talante autoritario que, si existe en su interior, poco o nada hará
por evitar que transpire hacia el exterior.
Por mi parte, cumplí con mi compromiso con Alejo
Vidal-Quadras. Hasta el último minuto. Y puedo decir lo mismo de los compañeros
que colaboraron en la localidad donde resido, así como de quienes trabajaron
sin descanso en Zaragoza capital y otros pueblos y ciudades de los que tengo
referencia. Muchos de ellos ya no están. Otros están a punto de abandonar. Y
otros, siempre refiriéndome a los que simpatizan con el liberalismo que pudo
haber tenido su oportunidad tan solo medio año antes, siguen aguantando con la
esperanza de corregir el rumbo de Vox. Esperanza que respeto, pero que
considero inútil.
Para mí finalizó Vox. No coincido con el rumbo que
algunos le han marcado a este partido, ni seguiré remando en un barco que, al
menos en una facción significativa, bien pudiera convertirse en el “Podemos” de
la derecha. No doy este tiempo pasado por perdido. La experiencia ha sido
interesante y enriquecedora. Pero me quedo con una frase que leí hace años a un
lector de mi blog El Republicano Digital:
“Por un motivo u otro, a los liberales siempre acaban por
echarnos de todas partes”.
Quizás sea así porque hemos formado parte de otros
proyectos no completamente liberales en demasiadas ocasiones. Lo que me lleva a
pensar que éste puede ser el momento de trabajar para poder encontrar nuestro
propio sitio, sin tener que compartirlo con “conservadores” ni “progresistas”
cuyas etiquetas acaban por ser, casi invariablemente, un fiasco para sus
votantes.