martes, 1 de julio de 2014

J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS (26-06-2014) vozpopuli.com

Cuando le comenté a un asesor político del PP la especie que afirma que fue la mano de Génova, o de Moncloa, la que promovió a Podemos, pues fue Intereconomía el primer medio en que su líder inició el ascenso al cielo de los famosos, la respuesta, seguramente cínica, como corresponde a los de su género, fue que nadie en el PP tenía tanta capacidad estratégica como para urdir tamaña operación. No sé si hubo o no habilidades de tal tipo, en Génova, o incluso en Ferraz, por aquello de que lo que perjudica a mi rival me favorece, pero el resultado ha sido tal que no imagino a nadie presumiendo del éxito de su estrategia. Pablo Iglesias y el amplio y variopinto equipo que le aupa han sabido aprovechar la oportunidad concedida, y se han colocado por méritos propios en el centro del debate, claro es que ayudados por circunstancias excepcionales que nadie ha sabido ni podido controlar, como, por subrayar la más obvia, la notable alusión de don Juan Carlos a la renovación generacional en su discurso de abdicación.
En política también existe algo parecido al “efecto mariposa” del que hablan los físicos y, así, bien ha podido suceder que una supuesta genialidad estratégica unida a un tópico juvenilista muy manido, y por cierto, de origen nazi, hayan podido acabar en la dimisión de Willy Meyer, que pasaba por ahí. El caso es que la apoteosis de Podemos está teniendo efectos sorprendentes porque ha contribuido poderosamente a que se generalice un tipo de trámite político inquisitorial, de recia tradición en la cultura política española y que, como es lógico, ha sido acogido con idéntico entusiasmo tanto por la extrema derecha como por la extrema izquierda: ambas coinciden en subrayar lo mala que es la casta, por oposición a lo extremadamente buenos que son ellos. Si miramos un poco de cerca el expediente político que se ha aplicado a Willy Meyer, colocarle en la picota y obligarle a autoinculparse en el mejor estilo estalinista, entenderemos la dimensión inquisitorial del caso; resulta que un eurodiputado de izquierdas tiene un fondo de pensiones gestionado por una sicav y en un paraíso fiscal: ¡anathema sit!, no podemos sino condenarlo a la hoguera. Ahora bien, en este juicio purificador típicamente inquisitorial se han olvidado algunos datos de interés: que unos cientos de eurodiputados, de todos los colores y naciones, tienen también ese mismo fondo, que ha sido promovido por la Secretaría General del Parlamento que, casualmente, reside en Luxemburgo, y que, puestos a escoger un “paraíso fiscal” no parece el más pecaminoso, que se trataba de una inversión en un sistema legal, perfectamente transparente y que sus detalles estaban a disposición de la Hacienda. Fruslerías: se trata de un miembro de la casta y no ha podido seguir formando parte de IU, porque Podemos no puede ganar a IU en ser honrados, y ya se ha visto que les supera en otras habilidades.
La mentalidad inquisitorial tiene una grave serie de defectos, pero nadie se atreverá a negar que sea eficaz. Su peor efecto en la política española es que contribuye más que ninguna otra estrategia a ocultar las vías de cualquier posible reforma: si se trata de eliminar a una casta, no merece la pena perder el tiempo discutiendo. Es difícil encontrar una forma de actuar que cuadre mejor con el tradicional arbitrismo de la cultura política española que siempre ha sido capaz de encontrar una solución simple, fácil y equivocada a cualquier cuestión compleja, difícil y ardua de resolver. Si se examina el procedimiento con el que Podemos está intentando liquidar, tras la insensata siembra del zapaterismo, cualquier atisbo de bondad o inteligencia en todo lo que ha sucedido en España desde la transición a la democracia no es difícil descubrir el celo inquisitorial de quien se siente poseído por verdades absolutas que administra, eso sí, con la cortesía tan fingida como exquisita que muestra el omnipresente líder de Podemos.
Sea el que haya sido el origen de Podemos, nadie osará negar su importancia en el presente; sin embargo, resulta interesante preguntarse por su futuro, y por la influencia que en él pueda tener el tratamiento que se le aplique. A veces da la sensación de que la derecha ha decidido mirarse en el espejo de Podemos, un banquero ha llegado a recomendar que se cree un Podemos de la derecha, para tratar de averiguar si ella sigue siendo la más bella, cosa ligeramente puesta en duda en las últimas elecciones. Puede, incluso, que los hábiles estrategas del PP marianista, de derrota en derrota hasta la victoria final, vean en Podemos la excusa perfecta para reclamar la unidad inquebrantable de los electores frente a la amenaza que supone un desafío tan grave. En mi modesta opinión quien piense de tal modo volverá a equivocar el camino. La derecha nada tiene que ganar en su confrontación con Podemos, salvo que le crezcan otros enanos más radicales y nuevamente dispuestos a emplear dialécticas escasamente recomendables, mientras que lo que debería hacer es pensar si no se ha excedido poniendo todos sus huevos en la misma cesta sin fondo. Un viejo dicho advierte de la posibilidad de perder a don Beltrán en medio de la refriega, y convendría que los líderes de la derecha cayeran en la cuenta de que ni han sabido defender a sus políticas ni han sabido defender a sus votantes, y que ese es su verdadero problema. Enfrentarse a Podemos para evitar la victoria de un ucrónico Frente Popular puede resultar entretenido para mentes ansiosas de emociones fuertes, pero no le dirá nada a esos millones de electores a los que no les gusta ni la Inquisición ni que los bancos les puedan cobrar comisiones incomprensibles y avarientas, y que creen que la política tiene más que ver con las cosas de tejas abajo que con la macroeconomía y con las grandes cuestiones metafísicas y cuasi teológicas que siempre enarbolan los Inquisidores para que sus víctimas no osen levantar la mirada, avergonzados por el peso de sus horribles pecados.
Cuando la derecha se olvida de defender las libertades reales de la gente, cuando decide combatir con quimeras en lugar de promover una cultura democrática sensata y un debate político alejado de los tópicos extremos, está destruyendo sus cimientos: no es que Podemos pueda triunfar por lo bien que lo hacen, es que muy probablemente Podemos sólo pueda crecer en ausencia de un debate político inteligente y abierto, y eso es lo que está sucediendo, por desgracia.