martes, 22 de julio de 2014

J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS (17-07-2014)

El PP de Madrid parece dispuesto a dar por válidas las entretenidas explicaciones de su alcalde ‘brunetil’ sobre las extrañas negociaciones que, al parecer, tan sólo por el bien de Brunete, mantuvo este munícipe tan parlanchín con una concejal de UPyD que pretendía preservar su virtud. Todo el asunto transmite ese aire de componenda bufa que emana de una parte importante de los negocios políticos que se realizan al amparo del más espeso de los silencios. Desde la escena de la gasolinera de Blanco, escamoteada hábilmente en incomprensibles vericuetos judiciales en que se sustancian estas cosas, no habíamos vuelto a tener un caso tan aparente, aunque, como suele pasar, seguramente acabe, una vez más, disuelto en el aire.
En esta localidad casi serrana, que dio nombre en el pasado a una batalla de apariencia decisiva en una guerra en que parecían enfrentarse dos cosmovisiones incompatibles, lo que ahora sucede es mucho menos dramático, y podemos tomar píe de esta comparación para alimentar nuestro alicaído optimismo: no estamos tan mal, algo mejor, desde luego, que en julio de 1937, salvo que, como podría decir alguno de esos infatigables líderes de la derecha que castigan día tras día nuestros oídos con sus previsibles argumentos, ese personaje del que todos hablan nos acabe por llevar de nuevo a las andadas.
El problema no está en quienes discuten, sino en sus retaguardias. El PP ha prestado un apoyo prácticamente sin fisuras a un alcalde que da toda la sensación de haber sido sorprendido en un momento poco propicio, pero que se defiende con labia, y se aferra a ese principio de presunción de inocencia en nombre del que se han homologado como honorables tantas conductas indignas. El PP parece haber hecho suya la norma de conducta de los marines americanos que prefieren morir en el empeño antes que dejar atrás a uno sólo de los suyos, una conducta tal vez admirable en la selva y bajo la metralla, pero que resulta completamente incomprensible cuando se trata, y no hacen sino repetirlo, de regenerar la democracia. Hay que reconocer al PP constancia en el método, una conducta  apenas quebrada en el caso Bárcenas, seguramente por culpa de unos SMS demasiado indiscretos.
Es muy llamativo que los grandes partidos no se den cuenta de que hace tiempo que les ha abandonado el desodorante, y que prefieran pasar por cucos y tramposos antes que por cobardes o insolidarios a la hora de defender a uno de los nuestros. ¿Cuál es el pegamento que liga de forma tan eficiente a los terminales políticos con los aparatos centrales? Hay muchas hipótesis al respecto, pero hay una evidencia consoladora: nada indica que esa solidaridad inquebrantable que une a las cúpulas con sus legiones y comandos, pueda aplicarse a una unión mucho menos estable y más problemática, la que existe entre las siglas y sus votantes. El que inventase algo como eso sería  considerado como el verdadero salvador de un sistema que hace aguas por todas partes. No se ha inventado, pero están en ello, y hay, digamos, dos proyectos de investigación en marcha, uno desde la izquierda, me refiero ahora, si se me permite, al PSOE, el otro desde el PP. Son dos metodologías distintas, pero, de momento, producen unos resultados que, como mínimo, resultan prometedores en estos tiempos tan recios para los dos grandes partidos. 
El PSOE está a punto de batir todos los récords de durabilidad en Andalucía, y no cesa de innovar desde los laboratorios de la Bética. Que la líder del PSOE andaluz, que no ha ganado ninguna elección, se haya convertido en el poder fáctico que controla el conjunto del partido no es mérito menor, y esa invención le consiente adornarse con algunos gestos de indudable salero, que conmueven a un público bien dispuesto, como permitirse ganar por delegación unas elecciones entre todos los militantes de España. ¿Cuál es el invento que permite tantas holguras? La fórmula es dominar completamente el suficiente número de clientes como para que resulte imposible cualquier relevo imaginario. Es verdad que esto puede hacerse a condición de que el adversario nominal no juegue en serio a acabar de una vez con el invento, pero cuando se dice que hay para todos, ya se entiende que no se va a dejar en la calle a tanto pepero bien dispuesto a que la representación no decaiga. En este contexto, el caso de los ERE no puede verse sino como un descuido, como uno de esos accidentes que se producen por exceso de confianza. Este ideal socialista bien pudiera resumirse diciendo ni un andaluz sin subsidio, ni un votante desamparado. Ha funcionado durante más de treinta años y, como digo, se trata de un ensayo prometedor a la espera de encontrar un bálsamo de Fierabras que pueda patentarse de manera más general. 
El PP no puede presumir de un invento tan eficaz, Galicia se aproxima al caso andaluz, pero ha tenido muchas interrupciones, y no da la talla necesaria, de manera que podría llegar a perder el poder en aquellos lugares, como Madrid o Valencia, en que su predominio se ha acercado a la fiabilidad de los socialistas andaluces.
¿En qué trabajan los expertos de Génova para evitar la debacle ya que no pueden, aunque lo intentan, mantener un tinglado tan generoso como el andaluz? Si la esperanza, esa promesa de que en breve estaremos tan bien que ya no nos acordaremos de lo mal que hemos estado, no bastase para conseguir lo que se pretende, y parece que no va a bastar, ¿qué cabe hacer? Apuesto a que ganará la cara oculta de la esperanza, que no es otra cosa que el miedo. Puede, se nos dirá, que no hayamos podido devolver la prosperidad perdida, pero somos los únicos capaces de evitar el desastre bolivariano cuya figura horripilante se repite por doquier. Claro es que la elección de Sánchez resulta un poco menos favorable para esta estrategia que la designación de Madina, al que algunos veían como una pera en dulce para caer en los amorosos brazos de las fuerzas oscuras, pero todo tiene un arreglo. El miedo, decía Cervantes, tiene muchos ojos y todo lo agranda, de manera que bien podrán combatir a un dragón donde haya una mera musaraña, todo valdrá con tal de que sigamos sin enterarnos de qué demonio se traen entre manos, qué secretos se cocinan con los que se les muestran tan fieles, en Brunete o en cualquier otra esquina. Tanto esfuerzo en negar lo evidente sólo se podrá mantener en una atmósfera de miedo creciente, y eso les espera a los electores del PP en el próximo año: la cuestión es cuántos cederán al hechizo, y quiénes decidirán que ya está bien.